Trilce XXXVIII♣️

[Gabriela Milone (Córdoba)] 

 

Cristal en bruto y boca venidera

Tiplisonancias inciertas sobre poema XXXVIII de Trilce de César Vallejo

 

Quizá no podamos pasar más allá de este cristal. Quiero decir, quizá no podamos ir más allá del propio inicio del poema: este cristal, que se repite anafóricamente, enigmáticamente. Quizá no podamos ir más allá de la deixis sin experimentar la incertidumbre que se abisma en el este. Un cristal: un enigma hecho de tiempo y de materia; un enigma en el poema que por resistencia o por amor a lo que no cesa de no escribirse quisiera evitar tener llamar metáfora, o alegoría, o símbolo. Un enigma que es una insistencia y que se presenta con rasgos desconcertantes (como pan futuro, triste, incoloro, animal pasado) y en estado incierto: en espera. 

 

Sabemos, entonces, que no podremos pasar de este cristal, pero insisto: lo que sí podremos es hacer resonar la agudeza de su sonido –aunque este matiz no comparezca en el poema- en la apertura de la boca. Y si bien el rasgo del frío del cristal también está ausente en el texto, sí se vislumbra su dureza, esa para la cual pareciera que la boca deberá preparase en ausencia de dientes: para poder sorber poliedros monstruosos que ya no son animales aunque tampoco se privan de melarse. Este cristal es pasividad y pasión: aún aguarda ser sorbido pero puede ser activado en sustantivos brindándose en adjetivación. 

 

Este cristal es (está en) potencia.

 

La temporalidad del cristal es inhumana: indica la espera de un tiempo materialmente venidero pero imposible de ser medido, es una temporalidad que vuelve inútil toda teleología (Cf. Guadalupe Lucero). Si el cristal guarda una carga de tiempo en su materia -la cual conlleva un pasado indefinible y un futuro incierto-, la contundencia de su formación también reenvía a un tiempo sin fecha: aquel de la materia primordial fluida de la que proviene. El cristal fue agua antes que piedra: quizá por eso, en una temporalidad sin línea, aguarda ser sorbido (Cf. Noelia Billi); y quizá también es para eso que la boca debe volver a un estado primigenio, o sea, quedarse sin dientes, ahí donde lo único que sabe (gusta) es sorber. Una boca nueva: un origen por venir. El cristal, ancestro del futuro, pide una boca que, antes que masticar y después de hablar, sorba. Una boca que (se) abra (a) un mundo hecho de aire líquido, transparencia en bruto. 

 

¿En la espera del cristal se desquicia el tiempo y lo venidero de una boca, ahora que se marcha hacia otras formaciones (¿otros cristales, otras redes?)?¿Se confunden los reinos -el mineral y el animal- en el cristal, dado que allí han compartido un pasado de cariños? ¿Se descoyuntan los órdenes de las cosas, los estados de la materia en un pan cuya densidad exigirá una nueva (o mejor: ya habida pero recuperada para esta materia) habilidad, o sea: absorber, no masticar?

 

El pan de la eucaristía no se mastica. 

 

Se prepara en la espera un tiempo por venir. 

 

La formación de las izquierdas está garantizada por esos Nuevos Menos que hay que saber dejar solos en su acción. 

 

Entonces: ¿qué hacer ante la tentación de leer todo, primero, en clave eucarística (incluso en el juego fónico -fácil o no tanto- entre Cristo/cristal); luego, en alegoría mesiánica; finalmente, en perspectiva marxiana? ¿Es que estamos ante cierta exigencia (profesional, por decirlo de algún modo) de encontrar una clave, una llave, una cifra, una cosa, algo que nos explique (el sentido), nos aplaque (la incertidumbre), nos apague (las insistencias)? No. Evitando toda lectura que busque descifrar qué es o qué significa o a qué refiere  “este cristal”, habremos de habitar la aspereza de un tejido in media res,  un presente de espera, cargado de una temporalidad que parece irremontable a su hilo primordial.     

 

La boca que espera no tiene las marcas deícticas del cristal: “boca venidera” no es esta, ni esa, ni aquella.  Su carga está en el adjetivo, esa mercancía del lenguaje (Cf. Roland Barthes). Su valor es tiempo. Boca cargada de futuro, como el arma de la poesía. Boca que sorbe, boca aún no desdentada, boca de la O futura: pura caja de resonancia y absorción.  Boca futura no hablará, tampoco masticará. Hará una O con los labios para incorporar una materia que ha cambiado de estado: un pan absorbible, no masticable. Boca en vocal abierta que quizá no hable o solo hable la glosolalia aireada y aurática de los ecos. Boca que se abrirá en y al mundo mientras espera desdentarse, para poder incorporar eso que aguarda ser sorbido: cristal para la boca, transparencia para la oquedad sin dientes, transformación para poder abrirse a lo que aguarda “en bruto”.

 

Quizá este poema, como cada poema de Trilce, sea la figura exacta de todo poema: poema como cosa sosteniéndose sola (Cf. J-L Nancy), poema como erizo punzante al lado de la ruta (Cf. Jacques Derrida), poema como vórtice donde se abisman los nombres (Cf. Giorgio Agamben).  Si en la poesía se da la suspensión de la lengua en sus funciones comunicativas, y es precisamente la lengua la que gira en el vacío de la boca, qué si no esta desactivación de los nombres expone Trilce, disparador sonoro de la más aguda tiplisonancia (poema XXV).  Y si, además, cada poema inventa su lengua, el trilceano pide una boca abierta, sin obstáculos de dientes, que convoque y haga resonar las líneas de sonidos agudos del cristal. Para ello, el trilceano modula las enervaciones que van del mero sonido a la lengua articulada, escenificando los cambios enigmáticos de la materia. El trilceano insiste en desplegarse por juegos verbales, vocales, operando –como cristales: por contagio- con haces fónicos que reverberan, que se tensan y ex-ponen la salida de la voz, sin dientes, cristalizada en boca venidera. 

 

¿Y al final (o al inicio,  quién sabe) qué hacer con el eco de este cristal en aquél otro, aquel cristal de aliento que se agazapa -resorte en tensión o animal en acecho- en una lengua que se tonsura, largamente?