[Joseph Mulligan (Duke)]
Sobre el oleaje de Trilce LXIX
Más que inmenso es este mar una inconmensurabilidad, un terror que cautiva y asombra, un misterio que se confunde en las tinieblas, una bestia que no se deja domar. Nos recuerda que César Vallejo tenía algo de romántico decimonónico, tan tarde como en los años veinte, cuando invocó ese mar tempestuoso en el poema LXIX de Trilce, esa figura indómita del paisaje capaz de reflejar en sí mismo la psique del poeta que la contemplaba aterrorizado, “en labiados plateles/ de tungsteno, contractos de colmillos/ y estáticas eles quelonias”. El juego fonético con el que estalla el poema se caracteriza por la auto-referencialidad de sus “eles quelonias”, y por eso no es Vallejo un romántico más, sino un notorio experimentalista. El mar va y viene, tornadizo, en un flujo y reflujo. Tal, el libro, con sus dos hojas, una tras otra. Juntas estas imágenes propician un retrato del acto poético como transformación del sujeto. La inestabilidad formal produce una rica polisemia junto con sus posibilidades hermenéuticas correspondientes. En este poema marino escrito por el poeta andino, el principio propulsor de la vida humana, la fuerza primaria de esa vida aterida por su propia vulnerabilidad toma la forma del oleaje, de la concurrencia de lo mutable del mar y la permanencia de la orilla, de la expresión poética y el material lingüístico. En cierta medida, Trilce es eso, una manifestación de ese conflicto, esa desproporción muy propia al sujeto de la modernidad.