Trilce LXXV

[Scott Weintraub (Durham, New Hampshire)]

 

¡Ceded al nuevo impar

            potente de orfandad! (Trilce XXXVI)

 

 

En la novela Le ravissement de Lol Stein (1964), Marguerite Duras postula la existencia de una palabra-ausencia, una palabra-hueco:

 

Ç'aurait été un mot-absence, un mot-trou, creusé en son centre d'un trou, de ce trou où tous les autres mots auraient été enterrés. On n'aurait pas pu le dire mais on aurait pu le faire résonner. Immense, sans fin, un gong vide, il aurait retenu ceux qui voulaient partir, il les aurait convaincus de l'impossible, il les aurait assourdis à tout autre vocable que lui-même, en une fois il les aurait nommés, eux, l'avenir et l'instant. Manquant, ce mot, il gâche tous les autres, les contamine, c'est aussi le chien mort de la plage en plein midi, ce trou de chair (48). 

 

La palabra-hueco que persigue la radical textualidad de Trilce, la (no-)palabra que contamina y arruina todas las otras—orfandad—evidencia una compleja topografía plegada sobre sí misma, resonando sin que podamos decirla. En la vallejiana “orfandad de orfandades” del poema LXXV, el lector atestigua los ecos de sonidos vacíos, sílabas jamás enunciadas y vidas nunca vividas: “los cadáveres de una vida que nunca fue…El no haber sido sino muertos siempre…El ser hoja seca sin haber sido verde jamás”.

 

            La palabra-ausencia orfandad en Trilce es un agujero negro en el que se entierran todas las palabras. Es un entierro de la poesía, pero distinto de cómo Huidobro la enterró en el Canto VII de Altazor. El poema de Vallejo es el no-sitio de una membrana—“aquesa membrana que, péndula del zenit al nadir, viene y va de crepúsculo a crepúsculo, vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele”—que opera en el no-lugar de la catacresis, la frontera que separa y distingue, pero no que debe, no puede cerrarse (y así no es impermeable, separando el interior del exterior). Esta membrana (en)marca el espacio paradójico que es productivo en tanto que es el no-lugar—desde que no está ni dentro ni fuera de la célula (o el discurso, la disciplina, el género, etc.)—de una negociación sin fin entre el interior y el exterior: “One is never installed within transgression, one never lives elsewhere. Transgression implies that the limit is always at work” (Derrida, Positions 12). De esta manera, la membrana “funciona”, y así la célula (discurso, disciplina o género) sobre-vive, precisamente porque funciona en, y a través de, una serie de flujos.

 

            Esta “orfandad de orfandades”, donde “los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía no han vivido. Ellos murieron siempre de vida”, implica un destiempo “sin mundo”“Quienquiera diría que, no siendo ahora, en otro tiempo fuísteis”algo también destacado por el crítico venezolano Guillermo Sucre (123). Como nos recuerda Maurice Blanchot, el filósofo que quizás mejor ha pensado el desastre:

 

The time of time’s absence has no present, no presence. This ‘no present’ does not, however, refer back to a past…The time of time’s absence is not dialectical…The reversal which, in time’s absence, points us constantly back to the presence of absence—but to this presence as absence, to absence as its own affirmation (an affirmation in which nothing is affirmed, in which nothing never ceases to affirm itself with the exhausting insistence of the indefinite)—this movement is not dialectical (The Space of Literature 30).

 

El movimiento no-dialéctico de estas i(nte)rrupciones dentro del destiempo de Trilce está encarnado en la prosopopeya del poema: los muertos ya siempre muertos de vida, de una muerte irónica en su materialidad lingüística, demuestran cómo el tropo de prosopopeya entiende “death [as] a displaced name for a linguistic predicament” (Paul De Man, “Autobiography as De-Facement” 81). Si bien el hablante poético declara que los “muertos” están “vibrando ante la sonora caja de una herida que a vosotros no os duele”, la enunciación prosopo-ética del poema es el “gong vide…[i]mmense, sans fin” de Duras, cuyo ritmo sonoro y visual aparece, miméticamente, en el espejo—o bien en el “raro espejismo” del poema “La voz del espejo” (Los heraldos negros), o, aun, a través de la voz de Espejo (Juan Espejo Asturrizaga, amigo del poeta y autor de César Vallejo: Itinerario del hombre. 1892-1923 (1965)). El apóstrofe final—“Estáis muertos”—anticipa la contundente conclusión de un relato de Blanchot, “L’instant de ma mort”, cuando el joven protagonista experimenta la ligereza de no ser matado por el Teniente frente al Château: “Je suis vivant. Non, tu es mort” (8). En el poema de Vallejo, la muerte que precede la vida, pues, es la auténtica vida, sin mundo, sin vida. 

 

 

Obras citadas

 

Blanchot, Maurice y Jacques Derrida. “L’instant de ma mort”/Demeure. Stanford, CA: Stanford UP, 

2000.

___. The Space of Literature. Trad. Ann Smock. Lincoln, NE. U of Nebraska P, 1989.

De Man, Paul. “Autobiography as De-Facement.” The Rhetoric of Romanticism. New York: Columbia 

            University Press, 1984, pp. 67-81. 

Derrida, Jacques. Positions. Trad. Alan Bass. Chicago: The U of Chicago P, 1981.

Duras, Marguerite. Le ravissement de Lol Stein. Paris: Gallimard, 1964.

Sucre, Guillermo. La máscara, la trasparenciaMéxico: Fondo de Cultura Económica, 1985.

Vallejo, César. Trilce. Ed. Julio Ortega. Madrid: Cátedra, 1991.