Trilce LXVIII

[Juan Arabia (Buenos Aires)]

Poema LXVIII

 

Puede ser un catorce de julio, o miles de hienas contando nuestros pasos, o bien aquellos que orinan sobre nuestros caminos. Todas estas balanzas o equivalencias, donde la desigualdad conforma anillos y estratificaciones, es una ciudad y a la vez muchas ciudades: París, Lima, Beijing, Buenos Aires. Es la ciudad y el campo, todas las literaturas.

 

Las inundaciones, así como el frío, fueron para muchos historiadores las consecuencias más determinantes. Es fácil comprobar cómo muchos pobres y desamparados viven con suelas carcomidas por la espuma de humedad: sube el precio del pan, asumen los desgraciados.

 

La lluvia puede sentirse como en A Moveable Feast, de Hemingway: hombres que abrieron sus ventanas por la noche para echarse encima toda la tristeza del mundo. Así como en Vallejo, Poema LXVIII. O en la novela de Pelleport, en los sauces de Rimbaud, luego de la lluvia todo se purifica: “Après le Déluge

 

Ya no recuerdo otra revolución francesa que la de François Furet, donde semana a semana unos a otros se degollaban, cambiando de un momento para otro las estaciones.

 

Aunque el blanqueo llega como los pasos de un conejo en Propercio o Ezra Pound, “blanqueó nuestra pureza de animales”: el blanqueo de la pureza, la limpieza del fondo del estanque. 

 

Una taberna sin rieles puede anclar a un Vallejo y a toda una literatura latinoamericana. Donde los versos conviven desde un trópico que acepta la deshonestidad para sobrevivir, la deshonestidad como una forma de resistencia.

 

La lluvia nunca cae igual para el que puede ver dentro del vórtice, para el que cuenta los renacuajos desde una orilla, o bien se sienta en Montparnasse  con la herida rota del latino.

 

Así como los murciélagos comen el mango del trópico del ecuador, mueren los que persiguen la misma sed en occidente. Sea por su cepa o sus vientres, sea por su estatua.

 

Y no mucha queda por decir cuando un hombre suelta sus lagartos en medio de la fiesta burguesa. 

 

Cada poeta forja su poética gramatical e intransferible. Las pausas versales, en mayor medida las norteamericanas, siguen limpiando el betún con la lengua.