Trilce XXIII

[José María Antolín (Valladolid/Portland)]

 

 

Carta al poeta Joseph Reynosa-Cowhand sobre el Salmo 23 de Trilce.

Portland, Oregon Marzo del 2021

 

Querido amigo,

Me alegra que las cosas vayan bien allí entre Carlton y Gaston, y que en estos meses de incertidumbre hayas podido mantener tu trabajo, y respirar a salvo en el campo, sin mucho contacto, y cuidar esas viñas que creo que, en estos tiempos de Pandemia, te necesitan menos de lo que tú las necesitas a ellas. Sabemos que cuidar y curar tienen sus misterios. Te agradezco que hayas preguntado por mi padre cuando las cosas estaban muy negras en la UCI, y  la compañía de tus mensajes de voz — no contestados. Todo ha ayudado. La última conversación del pasado 12 de febrero (antes de ayer), la recuerdo muy vivamente y la recordaré siempre. Te contaba en esa conversación la oportunidad de ver a mi padre en coma, postrado, y entubado, a través del teléfono nervioso de mi madre, a la que habían permitido ver a mi padre, en lo que era en ese momento una visita excepcional, y tal vez última. Y a mí acceder a él de esa manera, físicamente en otro continente, a miles de kilómetros. Y sin embargo me sentí allí plenamente. 

                                                         Me pregunto si tenemos dentro de nosotros esa misma capacidad para visitar otras imágenes, y también imágenes del pasado, o incluso iconos de un futuro aún sin formar. Tú que me conoces sabes dónde voy con esto, y ya que me preguntas es cosa reiterada en mi poesía; el caso es que desde aquel día no hemos mantenido contacto (explícito). Y de hecho te escribí una carta tres días más tarde relacionada con esa visita y tras una segunda el día 14, que decidí no enviarte porque la juzgue extremadamente íntima, aunque era intimidad lo que necesitaba; y de forma tal, supongo,  que ahora pienso un tanto avergonzado, que esa sed de intimidad no sólo se hubiera podido cumplir con cualquiera, con un extraño, sino que en realidad fue de facto a un absoluto extraño al que dirigí esa carta. Por ello ahora retrospectivamente me sosiega el no haber enviado a un amigo una misiva así.

 

En definitiva, me alegra estar en disposición de responder finalmente, y estar respondiendo ahora al correo que me enviaste antes de todo esto, — con la médula de tiempo presente de esta carta, cosa que se ponía cuesta arriba, el responder, a la par que en dirección contraria seguía leyendo y ampliando con otras fuentes, como te contaré, en especial en lo relacionado al poema XXIII de Trilce,  al que privadamente, cuando te recomendaba una más que atenta lectura, sabes que doy el nombre de Salmo 23, debido a su grandeza.

Así que te pido disculpas por la tardanza, que suponiendo circunstancias seguro que no habrás malinterpretado, aunque toda razón para ello. Tu carta y las preguntas que contiene, en especial sobre el 23,   agudizaron mi rutina y mi situación durante días. Las cuestiones que planteas son de esas que creo tan importantes, tan certeras, y le llegan tan oportunamente a uno… (o más bien, como las verdaderas cuestiones, a su santo destiempo) — que a veces entran en un proceso de maceración (my inner marinating) tan profundo que la respuesta se atrasa, uno busca siempre ese momento “adecuado” y ese por supuesto no llega, de forma que uno al final enfrenta el peligro de ser sencillamente un maleducado y no contestar, no precisamente por no valorarte en este caso, como bien sabes, sino por todo lo contrario, porque soy consciente de tu talento y, además, de tu genuino interés en mi trabajo. Muchas gracias por compartir tu último poema en prosa, donde veo que continuas con una línea narrativa, de voz traslúcida (que no transparente) y como aspirando nivel de visibilidad de 100% para el despegue. Aparentemente muy alejado de cualquier poema, y precisamente de Trilce. Mucho que hablar… — sabes lo que me interesa tu escritura en meandros dentro tu herencia, ese tu cavar y cavar ( o desenterrar?) lo que tu siempre llamas unfinished business con el “destino de Sefarad”, tu Sefarad Within, que veo que sigues y sigues preparando. Por supuesto, que con mucho gusto te daré mi opinión antes de mandarlo a la imprenta. También percibo en tu composición la lectura de Reznikov especialmente, y también de Amichai; y del gran Halevi, que estoy muy orgulloso de haberte descubierto. Pero lo que veo también, y lo extiendo a otros de tus poemas, es una cierta sombra beneficiosa de las piezas en prosa de Vallejo, y entiendo  tu completa admiración en especial por Las ventanas se han estremecido, y otros de ese tiempo tras TRILCE (Nómina de Huesos). Ahora verás que no exageraba un ápice… Ese Hospital, ese paciente, los visitantes…Supongo que todos llevamos ya más de un año mental o físicamente entrando a hospitales y saliendo y entrando, los más afortunados; otros como mi querido tío Manolo hace un año ni tan siquiera pudieron llegar allí. Siento y, peor, sé que algo estamos haciendo mal en los suburbios alrededor del Gran Hospital, especialmente desde las Casas de color asignado, Palacetes, y Moncloas. Me viene a la mente esa increíble frase de ese mismo poema de Vallejo, hoy más vigente que nunca, pero aplicable a todo tiempo a países de pobreza perpetua: “En el mundo de la salud perfecta, se reirá por esta perspectiva en que padezco,…” Comparamos nuestros pequeños hoyos con las vaguadas más grandes del firmamento. Y los intentamos hacer visibles a otros y otros a nosotros y es una partida que no termina de funcionar, ni estar sintácticamente engrasada. Labor de la que la gran poesía se hace la sacerdotisa, verdad? A la vez que el arte toma la forma de mágico puente sin pilares y sin ingeniero, y los creemos, momentáneamente, en el evento de nuestra crisis sentida. Los eventos de la Crisis, herida o muerte dotan, momentáneamente, de oído nuevo para conocer palabras básicas que creíamos conocer, aunque tú y yo sabemos que su duración dura más que eso. Aun llegan por suerte hasta nosotros gasas de exilio y añoranza que desenrolló Haleví en la España Medieval, por mencionarlo de nuevo, y para llegar al asunto  y al tema de tus preguntas — las largas gasas liberadas en TRILCE hace casi un siglo, amigo, estate seguro que nos sobrepasarán y abrazarán pacientes de climas futuros; esa fe — mantengo, amigo Jo Reynosa. E incluso en los momentos cerrados de “animal de fondo”, eso en mí continúa como un motivo de irrompible dicha.

 

Y te agradezco mucho  que  pidas que comparta  aquello que veo en este poema  extraordinario;  uno de los poemas de insuperable calibre en nuestra lengua y en cualquier lengua, y el que, incluso dentro del milagro poético y humano que sin duda es TRILCE, alberga mayor alcance y consecuencias. Creería una tarea imposible si no fuera porque a lo largo de los años en mi propio trabajo  he tratado elementos absolutamente conexos como sabes, y supongo que es parcialmente la causa de tu curiosidad. 

Preguntas si en el poema 23 hay algún luto, algún explícito sentido de duelo, incluso una leve señal? No sé qué responder a eso. Más bien diría que no como tal.

 

Por ir a uno de los asuntos…, me preguntas también  si el Pan y el Alimento del que habla Vallejo en el descomunal poema XXIII, el inacabable pan de la penúltima estrofa  o la yema innumerable de los dos primeros versos, son algo más que un mero alimento terrestre, y si el poder del lenguaje, el lenguaje mismo del poema, contiene algún tipo de conexión con nuestro acceso o derecho futuro a   compartir ese alimento. Disculpa si parafraseo tu formulación; espero hacer justicia al asunto que sacas a la arena.

 

 

Y es que ya no encuentro suficiente establecer clara afinidad entre lenguaje y alimento, como cíclicamente me has oído repetir muchas veces; ese alimento al que me referiré   en muchas ocasiones antecede al lenguaje, y el lenguaje nombra una labor de hecho ya realizada. Pero aquí me detengo de momento. Y aspiro a que esta distinción sea pensada hasta el final.

 

* * *

Vallejo parece el poeta equipado para pronunciar el habla límite–el más triste de los enunciados, humanos, y posibles. Tal vez heredó una variante del Eli, Eli, lema sabactani, palabras no sabemos si pronunciadas o citadas por Jesucristo en el Gólgota. La que puede tal vez considerarse la más triste de las frases, no es otra que el primer verso del Salmo XXII. Vallejo no ha sido estrictamente abandonado por ningún dios pero sí parece haber sido abandonado en un estadio anterior, antesala de un  esquivo estado prometido al ser humano.

 

* * *

Muchos leen, y leerán, su poesía hipnotizados por la refracción producida a través del prisma de su rostro de gran Jefe indio, que él de seguro no desconocía, posando responsablemente con profesionalidad  histórica todo su rostro y mentón y frente oblicua que sabía balcones al mundo. El nacimiento magro de su  pelo despejando la  belleza de su frente nos informa de nuestra legendaria fusión con las fuerzas fértiles de la naturaleza; los sombreros europeos, y su derecho parisino a toda elegancia cosmopolita, le dan distinción pero ocultan la raza de razas del   hombre, que es una sola. Y muchos leerán su poesía a través del prisma de su rostro.        

 

Es fácil caer en la tentación de retratar para uno mismo a Cesar Vallejo como un ser taciturno solo, merodeante, en el triángulo mortal compuesto por tristezas indígenas, destino no tan alegre del español barroco, y la oscilante camaradería marxista; pero me defiendo de esa imagen acomodaticia sabiendo también de un ansia positiva y obsesiva, que persigue el estado de dicha de una Familia, — pero se trata de esa familia específica, de su Hombre venidero al que aspira, su llegar a ser un hombre integral, merecedor de una promesa que él escuchó, y que con seguridad es responsable de su don poético extraordinario, incluso considerado en términos históricos. No en contradicción,   Vallejo a la vez ES, y expresa su ser huérfano, aunque un huérfano tanto de la familia que añora como hijo, como una familia aun para él desconocida, en formación, y hacia la que el proyecto de su poesía parece dolorosamente acercarlo o alejarlo, en horribles fluctuaciones. Sé que expresa el dolor de una familia para él perdida y sin embargo creo que su mayor dolor, no el psíquico ni el personal, se agudiza en el hecho de no encontrar esa familia hacia adelante. El nacimiento de  palabras clave se produce en ese hábitat. De hecho su obsesiva,  constante inquietud de la que no puede deshacerse prevalece incluso si llamadas soluciones le fueran concedidas a nivel personal, pues lo que quiere lo quiere para todos. Por eso su orfandad es orfandad de hambre insaciable; hambre de una sustancia nutricia que la tierra semeja incapaz de proveer. 

                                                                                                     Creo que la inaccesibilidad a esa tal sustancia está relacionada con un estado del lenguaje que no ha sido consumado ni por el más alto de los lenguajes poéticos. Ese factor “impalpable” trae como consecuencia que Vallejo sea hijo constante de una familia que o bien no le admitiría, o un extraño grupo que no reconoce como suyo.

                                  No sabemos si en su poesía se asumió en algún momento que la pérdida de la Madre o del hermano, o que la lejanía radical de un prójimo, fueran obstáculos insuperables para la constitución de ese hombre que Vallejo cree necesario, en un nuevo vivir. Desde un fondo de precariedad esa noción funciona como una proyección, que le guía y que mágicamente está presente en su comportamiento, como hombre vestido de una dignidad ancestral entre dos mundos, dignidad jamás extraviada, y de fortaleza humanista tal, que ni bajo el más erosionador de los holocaustos familiares parece declinar. Y es que la muerte de la madre implica una suerte de muerte generalizada, y ampara el peligro de un mero triunfo lírico expresivo que sospechosamente el poeta se puede dar a sí mismo a costa de un fracaso perpetuo, algo que en Vallejo es la sombra de algo incumplido en nuestra naturaleza. La pérdida de la madre es un drama profundo no reducido al nivel afectivo o psicológico, al amor irrecuperable — pareciera más un cierto error, una falla gravísima (no por no  esperable por ley de vida) en el proyecto del hombre. En realidad con la naturaleza de una mácula a-maternal en el Hijo. Lo que se explica porque con la muerte de la madre o del hermano o la amada, lo que se rompe es el corte con el alimento y, como consecuencia, se produce un apagón general que no permite el reconocimiento de más familia futura. La obsesiva recurrencia de este aspecto  es debido a que lo juzga irrenunciable en igual medida humana y poéticamente (lo que es un máximo éxito poético en sí), pues como acaece en Rimbaud, en Vallejo se observa que está depositado en las labores energéticas del arte una esperanza transformadora, no siempre confesada. En esa confluencia yacen los tonos cristológicos que ambos comparten.

 Y en él ese proyecto es estrictamente constituyente, es decir, el hombre venidero, su habitación con la familia del hombre, ya posee un tipo de anticipada presencia, y por ello es difícilmente olvidable, más bien irrenunciable, y origina la específica dificultad de su canción.

 

En los poemas de Cesar Vallejo parece doler como nunca antes (y es dicho/creado reiteradamente), de hecho duele fuera y más allá del ser humano un dolor que paradójicamente le pertenece no siendo, en sus palabras, completamente suyo. Y además llueve como nunca antes,  una lluvia atmosférica entre otros fenómenos capaces de empapar el yo — ese aguacero testigo de su muerte en legendario jueves pluvial. — Extremos de este tipo que serían capaces de destruir a cualquier poeta solamente con tan poco un menos de calibre pneumático y oficio, en él son triunfos artísticos indudables, pero además acercan su poema a ese sublime momento que coquetea con lo no-artístico. Pues la grandeza de su vanguardia sitúa su poesía en el umbral de quema de naves de la obra, y donde se sitúa la problemática tentación de un finalmente decir sin arte aquello que el arte ha establecido ancestralmente como su territorio. Relativo a esto añadiría que, en muy diferentes calles, pero en ambos casos impulsando espiritualmente su dicción excepcional, Vallejo pueda acaso ser el único poeta en español  cuyo espíritu es comparable en rango al de Walt Whitman. 

Vallejo habla de Vallejo y no — pues su dolor no siempre parte de su psique ni es posesión única de él (como él mismo declara en misterio topológico).Sin abandonar su rincón, su celda,  alcanza los más distantes hontanares. Y sin embargo no sabemos, ya establecida la persona de tal escena, de qué personaje dramáticamente se trata; o más bien, tras internarse en todos sus detalles y el habla cuasi cotidiana de su sentir y obrar no alcanzamos a determinar ese personaje– debido a un tremendo buceo. Ese milagro de extraño hiperrealismo de hablar como hombre del poema de Vallejo — ejecuta el ‘gran truco’ frente a nosotros, bajo cuyo encanto no sabemos quién este hombre es, pues esa criatura híbrido ficcional y fáctica de sus poemas, es interesantemente análogo a ese otro coetáneo ser ficcional de la filosofía, y de ontología de raigambre factual que es el Dasein de Heidegger.  Ambos albergan el alcance trascendental de intercambio y metabolismo en un yo no ya tal, a la vez que contienen el clima de su sufrires mortales como definición más radical de sí. Aunque sus reacciones a una llamada procedente de una intemperie radical no pueden compararse, en gran medida porque la dilucidación de cómo el poetizar y el pensar tratan la cuestión y se tratan entre sí (Denken/Dichten) está muy lejos de ser explícita. Tanto Vallejo como Heidegger, quiero decir, anhelan una Nueva Criatura sin cuya participación, no es que no se dará respuesta satisfactoria, sino más bien que la postura que hará nuestras preguntas posibles no será alcanzada. No me puedo extender ahora en esto, pero lo dejaré indicándote, y ya continuaremos, que el asunto es tan radical como que de la imaginación, concepción e inminencia de esa tal criatura, de su ganancia y avance somático a una habitación segunda depende, diría, la suerte (destino) de las disciplinas mismas, poetizar y pensar, su diálogo, y su mismidad última. Todo. alrededor de un cuerpo no huérfano, que finalmente habita y logra reconocimiento y  el ser reconocido por los que comparten “Lugar”

 

 Sus versos avanzan con una ceguera constructiva cercana a un estado de gracia e infalibilidad; más aún, porque en sus estrofas la evidencia de sus impresionantes riesgos, que son riesgos inverosímilmente salvados con éxito, termina siendo inseparable de la lectura de esta poesía extraordinaria. Comentaría sobre el efecto de extrañamiento del lector; desautorización momentánea y necesaria del lector ante el poema — junto a la internalización de lo incipiente absoluto…

 

Uno se pregunta mucho ante el oficio de la escritura de su poema, que es una escritura que avanza en sus brillantes aperturas, giros, volumétricos torques y añadidos… pues, aunque es un verso casi cruelmente tallado, no me abandona muchas veces la impresión de un escribir gustado de sí mismo, deliberado como objeto, enseñando sus calidades de joya nueva, de sacro ornamentar antes que significar (también en cientos de ocasiones su virtuosismo es olvidado y el poema queda limpio de eso; aunque esto aparente una mera sensación, creo que tiene su relevancia).– Así ese poema que, dijéramos, se escucha al hacerse, deja una huella espectral en los hallazgos mismos del verso, la cual se combina con un estado de verdad humana que es tal porque su tema es el construirse de un hombre, hombre hambriento de hambre en un estado de autoexploración cotidiana. Y del ritual del día llevado a cabo por un  tipo de hombre huérfano. 

* * *

Huérfano es aquel cuyo día y su equilibrio, y los ángulos de la luz misma, dependen de sus actos inmediatos, íntimos, de su peinarse y asearse, de la distancia de su calzado  y del ajuste de ese zapato al pie, abandonado una noche entera. Esa familia de acoplamientos constituyen la familia del huérfano del día y de la noche de su poesía, del extraño metro cuadrado del minuto, fuera del cual todo corre el riesgo de despeñarse. Como si el no-predecible éxito de su decir en el poema uniera el logro de enunciación poética a la habitabilidad, la posibilidad de la familia y el encontrarse a sí mismo. Pero todo, sostenido por la emergencia de su decir y  dependiendo peligrosamente del despliegue de su frase-verso hecho deliberadamente impredecible, por el método de asimetría. Brillo del decir que requiere, buscadamente   por ello, pies de barro, (impasse, sorpresa máxima, inconcebible, y reconciliación) casi diría suspensión y negligencia momentánea — y torso de piedra semi-apoyado, de caída irregular. 

                                                                                                                          Por eso el riesgo máximo de su lenguaje alcanza una tensión existencial más allá de lo semántico, (en lo que bautizaré como pre-humanidad de su intrasistema rítmico) a lo que irrenunciablemente está anclado. Lo semántico puede no estar cargado de certezas, pero es su guía pastor. Pan, madre, la costa de algo, mesa común, himno y sangre y celo, y dolor, dulzor, olvido y pregunta y otras cien palabras son cimientos incandescentes que los grandes poetas hermanan, —  aquellos capaces en nuestra incertidumbre de mil tipos de noche de sumarnos a una pertenencia. — Vallejo es un genio poético, que lo es, pronunciando y dominando las palabras básicas, nunca perdidas de vista, y siempre conocidas y amadas,  alimentos centrales afectivo-físicos, palabras cimiento vinculadas a su compleja hambre y orfandad. Esas palabras de raíces milenarias al cuidado de   añoranza, lejanía, y luto y posibilidad de dicha humana, y sobre todo, una dicha ciencia ficcional que Vallejo quiere más allá de sí para el ser humano, de forma ecuménica. Y ese proyecto es elevado desde y en virtud del zócalo percusivo de  palabras incómodas que avanzan en verso o,  al contrario, desde su verso milagrosamente compuesto con oído musical y tectónico infalible a través de deliberadas vértebras de inicial desajuste. Y aseguro que ese proyecto de poesía humana no es legible y, menos, creíble, sin el absoluto riesgo asumido por su decir. Mil veces César Vallejo se sitúa en una suerte a la vez mortal y de cotidiano sobrevivir,  y parecería solo salvado de su propio dolor gracias a acción ritual que evita su caída.   Cesar prepara un té ritualmente para que Vallejo olvide su dolor entre sus objetos, su todo ente exterior, afectos e intemperie que hace suyos, oh, fíjate en sus MI innumerables, apropiativos absolutos. Desde su voz sus MI, son aplicados con mayor fuerza y conocimiento cuanto más externo, anguloso y foráneo pueda ser el objeto, — todo prójimo; lo que Vallejo llama y usa como su constante MI sobre mil objetos y seres. Bajo esta luz, extraña que nadie haya lo haya visto un precursor del Teatro Pobre, o que Grotowski mismo no haya reconocido las ritualizadas rutinas de su poesía.–

 

                                                                                 (Sus actos lo son salvando a su oficiante y a sí mismos en la acción de su cumplirse.) Un poeta de la fantasía del nuevo vivir que parte de la conciencia y posesión del dolor ha de ser necesariamente un maestro del realismo, aunque sea del realismo litúrgico.

 

 El don de sus versos nuevos, estrictamente inaugurales, y al ser leídos aún desajustados, y todavía encontrando su acople y su estado de visibilidad, nos los hace descubrir como todavía húmedos y manchados de su parto — tras haber sido capaces de traer a nuestra lectura de sus versos la complejidad misma de su nacimiento. Lo que implicaría imaginariamente es que tras leer el verso — la lectura no clausura su formación, y su interna temporalidad se extiende más allá de las palabras inscritas y elegidas.

Interesante constatar que Trilce, (aunque también en Heraldos Negros, y  en Nómina de Huesos y aparece en Discurso de la  Barbarie), anula la agencia del lector de una manera muy singular, aunque en ningún caso como un texto hermético que ocultara algo que una vez extraído de su cripta o rotas sus claves, pudiera aflorar como algo comprendido. No es el caso, y no lo es en absoluto. La virtual desaparición del lector, o del prójimo lector del poema, tiene correlación con la existencia absoluta, internalizada, sin la cual el poema no existiría, carecería de su ser — y la razón es porque en cierta manera al prójimo-lector al que se dirige — ya ha sido hablado, para así originar un poema que fue posible por el haber sido hablado

                                                                                                                              De lo cual surge la aparente dificultad del lector; incluso, la sensación de su no haber un lector adecuado o preparado para tal poema es necesariamente consecuencia de una conversación producida que no permite otra lectura posterior sin ese estado anterior, de forma que se produce un efecto de doblez en que, al ya se ha hablado, en definitiva, al que el poema necesariamente se dirigió para existir,  se le obliga imponiéndole un determinado estado de existencia, transformación que quiere decir que el cambio pedido fue ya avanzado. Siento en esto no poder ser más claro, de momento.

 

En Trilce, sus poemas son, por igual, tan extremadamente escritos como lo son hablados al extremo. Vallejo habla el poema, usa magistralmente esa seguridad de ese casi a priori pódium inicial — de y para su enunciar, su  establecerse y presentarse como voz hablante. Lo que quiero decir con esto es que existe en la mayoría de los casos un estrato de decir, decir humano que extiende el poema; el poema no extrae u obtiene sus elementos desde un seno de inmanencia ignota; el poema tiene un hablante designado, que la palabra poética debería enfrentar de no ser por la estrategia retórica del hablante. Soy consciente de que este punto implica un juicio crítico sobre la completud, de su palabra… aunque lo que quiero precisar es su topos.  En una película encontraríamos el vigoroso comando de una voz en off, o de un   agente visual enraizado a un decir realidad inescapable. Se establecen dos valencias solo en él compatibles; el hiperrealismo dramático de voz junto a un progreso textual que no evita ninguna complejidad volumétrica, ninguna sima. Hay sin embargo un efecto de recuperación unificador, que es un esplendor compositivo que ofrece una idea de perfección, de completud.– (Vallejo ama la armonía. Puede engañarnos su audacia léxico-fonética que asegura en el raíl del poema una explosión, pero lo que llamaría su regreso al corral, es el casi siempre cierre de un bello circuito en su poema. Existe una aspiración de belleza ancestral a la que no renuncia, y que es parte medular de su ambición dentro de la lengua española, y de la cual es una de sus cimas.

 

* * *

 

Es fácil de caracterizar el poema/Salmo XXIII como un ritual alimenticio, y contiene elementos de la eucaristía, pero de qué pan realmente habla? Es claro que el poema establece transformaciones extraordinarias, entre las que no es ajena la transformación más profunda y duradera posible: del alimento terrestre al alimento celestial. 

En este caso el presidente de la mesa de la cena sobre la que se parte el pan y se reparte es la figura de la madre, la madre fallecida de Cesar Vallejo.

Y la transformación del hombre corre en paralelo a la transformación del pan– la  dolorosamente “virtualidad” de su familia en este poema depende de la comida transformadora, que, de alguna manera exige ser alimento previamente transformado.

 

Antes de continuar y entrar en este poema 23, confesaré, querido Joseph, que la persistente dificultad para entendernos y regresar de forma natural a un estado de fraternidad que creímos compartir en el pasado, no solo conscientemente representa un obstáculo para contestarte, sino que siento un ruido de fondo que no sé hasta qué punto me permite abrirme. Pero si tomo esta oportunidad es (como verás) porque inherentemente la problemática comunidad de nuestro diálogo y de lo que está o estaba hecha — no está alejado de lo que considero tema profundo de este  Salmo 23 de Trilce y mi interpretación.  Se que el alimento que acaso ilusoriamente compartimos juntos ya no es exactamente tal. Y lo que es peor, la distancia entre nosotros  ha sido y es más gravemente un obstáculo para acceder a mis propias palabras. Para pensar el poema, o más bien para unirme a su escondido pensamiento, y así darte de forma privada algunas respuestas creí necesario acudir a dos fuentes antiguas, y con cierta sed regresé de nuevo mis pasos humildemente hacia los principios, a los textos Védicos, nada menos. En especial para considerar la doctrina brahmánica del alimento y la viraj : las sílabas mismas que son nutrición; no tan solo que el himno, o que el grito que se hace canción por su interna numeración de pulsos produzcan una reverberación alimenticia-ritual, sino que son en sí mismas, estrictamente, alimento. Y creo que las preguntas a la Madre de Vallejo y su forma de vivir el lenguaje tienen todo que ver con esto. Esto no se te hará claro sin tener el poema 23 delante sin integrar esta óptica. Pero a la vez,  aparentemente para complicar la cosa, añadiré un pasaje del Rig Veda que había trabajado con anterioridad y conocido a través del sabio Sam Hamill. La comprensión de ese texto  fue lo que, a mi juicio, permitió una nueva entrada, y me dio la posibilidad de percibir con mayor claridad la semántica profunda del poema 23, por inverosímil que parezca. Sentí en la estrofa penúltima una  extensión, una dilatación inusitada que implicaba simultáneamente la mutua circulación entre el alimento materno, lo más extenso de la familia humana, la herencia del mundo dejado por los ancestros — todo hilvanado, empapado por el lenguaje del poeta : un espacio abierto y común expresado en una estrofa de 4 versos, que experimente de forma absolutamente plástica; como espero poder explicarte. Pero ahí va el texto. En el Rig-Veda, al principio, donde el lenguaje casi fue primeramente inventado dice así: “ Cuando ellos pusieron en movimiento el primer principio del habla, dando nombres, su más puro y perfectamente guardado secreto fue revelado a través del amor. Cuando los sabios [profetas y poetas] confeccionaron el habla con su pensamiento…entonces los amigos reconocieron su amistad…un hombre que abandona a un amigo que ha aprendido con él, no por más tiempo tiene una participación en el habla”. Paradójicamente, lo que en el poema de Vallejo aparece en forma de una protesta de la más alta lírica ante una nuevo situación, en la cual el mundo ha de ser pagado en alquiler y, aún más íntimamente, cuando al pan inagotable de la madre se le impone un valor, con la consiguiente desconexión por parte del hombre-hijo. A la luz del texto védico, el mismo texto hindú y el poema de Vallejo revelaban dos ejemplos del dramático corte en nuestra propia participación en el Lenguaje. Complejo estado de amputación—incluidos los fantasmales dolores de un miembro perdido.

   La otra fuente que considero imprescindible, y a la que dediqué considerable tiempo para profundizar, arañar el significado, no descifrado aún, fueron los gestos, las palabras, las estaciones rituales de la Última cena, leídos desde su tradición judía. En especial el uso misterioso que hizo Jesucristo de los sucesivos cálices, y del no bebido cuarto cáliz durante la cena de Pascua. En relación con tu profundísima pregunta, diré que fue el  infinito motivo del pan, pues claramente se vincula al Pan de Presencia (lehem ha panim de Éxodo 25) y al potencial cumplimiento de renovación en la forma de un nuevo maná.   Y el poema de Vallejo me impulsó a ello. Quiero decir que no sólo realicé el camino habitual desde las fuentes bíblicas para detectar posibles riquezas del poema de Trilce, dadas las evidentes alusiones y el eco eucarístico del poema, sino que fue el camino contrario el de densidad inusitada, y el que convertía en impropio compartir cualquier consideración o respuesta a lo que me preguntabas. Lo que encontré revelador es como el hallazgo lírico evidente y por ser de una profundidad humana extrema, me ayudó a comprender un posible lugar común entre textos.

 

El Salmo 23 de Trilce, reitero, es un poema, que a través de un encadenamiento litúrgico de vocativos a la madre de Vallejo, desarrolla todas las flexiones, destilaciones y purificaciones de voz y materia posibles, no sólo de la presencia del alimento terreno producido y distribuido desde los   familiares a nosotros, gracias al que inicialmente crecemos, sino de un Alimento otro de identidad y lugar otro, más sutil y (            )… Pero es gracia de este Salmo 23  que el  problema sea infinitamente más complejo; esa avenida del alimento original, aun en orfandad máxima, nunca se detendrá. Más allá de ello el poema llega tan lejos en la expresión transformativa de sus estados como para que, en la heterogénea estrofa cuarta,  la persona presidiendo el banquete y el sacrificio en la mesa, la Madre donadora de la forma/hostia de comunión de tiempo, se vea somática y óseamente   triturada, reducida al polvo de una harina de huesos irrecuperable, de forma  que Vallejo se encarga de apuntar irrevocablemente que tal masa carece de lugar donde ser amasada, ahora sin mesa, intrabajable, más accesible al horror que al luto del hijo o de otro humano. Dolor tremendo sólo concebible por la condición a-topológica del dolor asociado al cuerpo amado, por ello foráneo, apersonal. El Pasaje de la harina de huesos es acaso una de las versiones metafóricamente más extremas del final sacrificial del Hijo del Hombre, su identificación sobre los elementos de la cena pascual y la incógnita de su transustanciación: el paso de los alimentos terrestres a alimento celestial. Es algo sobresaliente que observes que en el poema no hay  un atisbo de tentación, ni simbólica ni temática, de convertir a la Madre por continuidad de género en  algún tipo de presencia mariana. Muy al contrario, incide en una figura autónoma, primaria, que es líricamente una fuerza muy poderosa, una fuerza alimenticia no agotada completamente, y sobre la que se centra el contenido real del poema                                       

 

Al a leer ese poema 23, que es un poema cuya dimensión  más evidente consiste  en una emocional, (insistiré en esto), en esa innegable cadena de vocativos en variación a la Madre, pero que culmina en una serie de preguntas claves, y en una pregunta final  de nuevo infantil, sin posible defensa, una pregunta que en sí, piénsalo, es verdaderamente huérfana y acaso lo es para siempre — Al hacer, como digo, esta micro-lectura del poema recientemente, en sus dos estrofas finales sentí, tras las primeras estrofas de una altura “artística” inigualable,  que en esas dos últimas se declaraba un algo expandido, como ya te he dicho, manifestado en un cambio de plano, un momento dicho capaz de compartirse, diría, más, allá de lo sacramental en el estado sacrificial que creo más original. El poema pierde su potencia mecánica habitual, y entra en un no-peso energético en comparación; es decir, se da el efecto de una ligereza liberada del brillante  y genial “filigranaje” Vallejiano: la amplitud de un alimento compartido, pues de alimento se trataba, en la estrofa quinta es un alimento capaz de extenderse más allá de lo que hasta ese momento había sido temáticamente el paulatino paso a paso de un declarado ritual alimenticio, de comunidad de bienes nutricios, que proceden y llevan el sello del significado de la Madre. Como si habláramos de última y primera cena, que esa madre peruana desde un horno, habiendo ocupado la habitación del Segundo Piso (the Upper Room) había partido como pan esencial a su hijos, los polluelos mendigos recibiendo en su nido la gorga original,  “aquellas ricas hostias de tiempo”.

 

¿Qué no es escuchado o metabolizado en el Ahora?  En los dos Ahora, los dos Hoy explícitos de la 4 estrofa que precede ese momento expansivo? Que no tiene ya cabida en el presente tras  la evocación y la añoranza de las primeras tres estrofas? En el Salmo 23  la insurgencia, la pregunta por el estado del AHORA y el nuevo HOY que Vallejo introduce insistente y enfáticamente es radicalmente importante. Eso ahora supone un obstáculo tal que, de hecho, provoca que de ahí en adelante en el poema ese pan del principio no pueda ser tragado nunca más, que la miga se atranque en esa garganta real del hoy, donde queda literal y físicamente atragantada. La miga de ese pan no llega a las dos últimas estrofas, pues allí sobre ese alimento se impondrá otra economía. Ese ahora y ese hoy establecen   una serie paralela que contrapuntísticamente dialoga y fragmenta  la serie fundamental de vocativos que he indicado. Pues el poema que evoca  la lejana dulzura panadera existe una estable y amorosa interpelación, visión de los dones emanados de la Madre, del pan partido en hostias y tiempo–pero el Ahora de la cuarta estrofa acarrea otro mensaje…   la extraordinaria belleza como composición procede directamente de experimentar la coherente transición de estrofas de  absoluta idiosincrasia compositiva mientras ese vocativo generalizado se modula hasta su pregunta final, que se constituye en vocativo de vocativos, abandonando el poema   a su suerte, sin refugio textual posible. El final del poema provee por primera vez a Vallejo, y su lenguaje, a su   familia rota, de una espera ganada como fruto del desarrollo del poema. Se trata de un paréntesis sin cierre, fuera del poema, cuya posibilidad de ser experimentado fenoménicamente es tal vez el hallazgo más duradero del poema, aunque también el más evasivo. Sin embargo, creo que una vez señalado por la existencia misma del poema, como su consecuencia inevitable de su desarrollo es aquel que gana mayor evidencia, incluso por encima de cada uno  instantes/ motivos pasajeros que dentro del poema son conducidos por una dramática voz del hijo. La pregunta final es de una vulnerabilidad, e ingenuidad infantil pavorosa, de alguien otra vez niño, (gracias al viaje del poema) pero en esta ocasión ejercida por un adulto. ¿Qué ha ocurrido?

Vallejo, el gran poeta, el decidor, el dichter de instrumento infalible de cariz mozartiano — al final declara su voluntad de escucha, tal vez para conocer directamente de una madre proveedora cual será la relación con el alimento del que depende la curación de su orfandad y, como he reiterado, la matriz que le permitirá identificar quién es su familia, la posible familia del hombre, que Vallejo no desearía si solo fuera para él y no cabría en su decir si se redujese a una necesidad así.

 

 

 

La  impresionante fisicalidad de la cuarta estrofa, la más bizarra compositivamente, contiene  de lo que es para mí iconográficamente una maternidad, descrita y sincopada , donde magistralmente cita elementos casi desconectados de la anatomía íntima de madre y bebe de puños cerrados gracias a una  difícil sintaxis. — Es esa materialidad, cósica y temporal de esta estrofa, que incluye la trituración y nueva masa de los huesos maternos, y el peso de un nuevo presente en su ahora, la que  permite la gran revelación sobre el Alimento de la fundamental y espacial quinta estrofa. Y achaco así, no sólo a lo semántico, sino a ese cambio de   orquestación sensible que quiero que observes, el tipo de percepción que tuve y del que fundamentalmente intento iniciar una explicación.– Un primer verso, para mí uno de los versos más bellos, y difíciles, y emotivos que se me ha dado leer, es seguido por los tres sobre los que he vuelto una vez y otra,  pues de hecho  son de mayor alcance en la semántica profunda del poema.. Será la única estrofa que incluya en la carta, por el puro placer de inscribirla y entregártela:

 

                     Tal la tierra oirá en tu silenciar, 

                     cómo nos van cobrando todos

                     el alquiler del mundo donde nos dejas

                     y el valor de aquel pan inacabable.

 

                                              

 

                                                 

En ese primer verso conviven, en la más económica y musical de las dicciones, la escucha desde el silencio. Más bien el escuchar de la tierra inanimada en el seno del silenciar de la persona antes viva ahora en su silenciar eterno. El verso nos  hace experimentar inicialmente un oxímoron y, literalmente la compresión musicalizada en un verso de la convivencia de lo activo y lo pasivo, los grandes principios de la escucha y del silencio. Redefinidos en sus funciones, lo vacío receptivo y lo lleno activo, son repensados desde el nuevo lugar de la Madre Fallecida. Es seguramente esa complejidad y suave, inconcebible compresión, añadido el anonimato de esas fuerzas que concurren, lo que tal vez nos prepara, y como te he adelantado antes, me preparó para una extensión, liberación de espacio, decir y mundo, que acaece en los siguientes tres versos, cuya sucesión considero que es tal maravilla que calificarla de máximo logro poético me deja insatisfecho y espero que a ti también, si fuera  capaz de dar cuenta las fuerzas y energías que aquí actúan. De aquí en adelante la fusión de las nuevas funciones de la capacidad oidora de la tierra en la capacidad silente de la madre, unidos, pues a través de la madre es que la tierra tendrá capacidad de escucha. Lo “tal“que escuchará la tierra-testigo      es el objeto de los siguientes tres versos, donde conviven fuerzas mundanas comercializadoras de valor y alquiler con la extensión de un mundo dejado en herencia y un pan inacabable que, por serlo, es un pan transformado. El conflicto se establece entre dos muy diferentes reinos y esferas de entendimiento. Esencialmente Vallejo, que en ese momento ve la dimensión auténtica del mundo y del alimento en diálogo con su necesidad de ellos, no comprende cómo algo donado, sacro y gratuito, puede ser tratado con otra lógica. La última estrofa es de una coloquialidad desesperada, argumento que quiere ser confirmado por la única voz autorizada, la Madre muerta hace años.

 

Este poema comienza en sus dos primeros versos con el más dulce y emotivo de los vocativos concebibles dirigidos a esa misma madre fallecida, y se transforma con un excepcional grado de coherencia hasta su quinta estrofa final, extendiendo y lanzando a una dimensión mayor el tema infantil de haber sido nutrido y de haber compartido la mesa y el horno original materno, la Tahona cálida, donde acaso sólo se hornean pastelillos sagrados para los hijos, para 4 polluelos de gaznates ingenuos y abiertos a las yemas más dulces. Intento no parafrasear los versos de Vallejo, como notarás, pues sus palabras en mi opinión no pueden tener otro lugar que el de esta canción que les da origen.  Intentando ser el mejor lector posible, acaso el lector prehistórico de este salmo, en las últimas semanas la compañía de dos grandes textos antiguos, Bíblicos y Védicos, junto a un poema de Holan titulado Resurrección donde su madre abre los nuevos tiempos iniciando su cocina — no han abandonado  mi cabeza. Y he caminado con ellos hacia el Salmo 23 de Trilce.

 

 

 

 

 Vallejo, aunque metafísicamente hambriento y siendo el huérfano,  sin embargo conoce el manná que beben los saciados, los unidos, los que tienen mil madres. Y lo conoce porque, a mi juicio, ha sido capaz, aunque sea por vía negativa, de ampliar la dimensión de ese alimento a una comunidad mayor que la de la prole a la que biológicamente pertenece o perteneció. Y por ello, una vez comprendida la razón de ese Alimento —   sólo a través de ese alimento cósmico el reconocimiento de su nueva familia es posible. Diríamos que ese nuevo conocer del alimento le hace preguntar y hasta hablar como un huérfano poeta, pero no le mantiene en esa condición, dejándola atrás y posiblemente también trascendiendo su condición de poeta y sus poderes ya incompatibles con su éxito. Puede luchar y preguntar ingenua pero denodadamente, por qué  a ese mundo donado por la madre tras su muerte y su silencio se le impone alquiler, impuestos y ellos le adjudican un valor. El argumento de la última estrofa con su aparente valor argumental no exento de incertidumbre niña, contiene algo devastador que Vallejo pregunta a su madre, casi suplicando, casi tirando de la falda. En esa postura de pregunta se ve perpetuada genialmente, hasta el mismo momento final del poema, la dirección todavía descendente de madre a infante de la sustancia nutricia , sea todavía caldo o gorga para que así descienda  al ahora nido inmaterial en la última pregunta/verso del poema. Vallejo dice;” Di, mamá?  ¿Qué es lo que pregunta, o más bien, sobre qué espera corroboración? ES, nada menos, que le sea de nuevo confirmada la procedencia materna, gratuita y sacra del alimento materno. La última estrofa, dramáticamente prodigiosa, presenta una inquietud y urgencia difícilmente superable. Vallejo llega a pedir que la madre fallecida le confirme que lo que tuvieron no fue robado, pues eran niños.

 

De hecho podría afirmar en virtud de que he creado algunas cosas siendo consciente y            templando esa relación, que es en el alimento y en su tráfico entre los miembros de una familia y en  su habitación donde encuentro la original simiente y fibra del lenguaje. No hablo estrictamente de la comunicación que mantienen ni los códigos que comparten entre ellos. Hablo en este caso de un estrato que es previo, la ur-estrata. Y creo que, sin afirmar una simple identidad entre ellos,  entre lenguaje y la sustancia de ese Alimento al que aludo,  al menos comparten  mismos circuitos. De ellos brota, descarrilado, y así detectado únicamente por nosotros, el destello de la belleza que logra vencer como vence un agua súbitamente brillante cubriendo un humus en podredumbre –el cual incluye en el catálogo de sus vástagos nuestro propio cuerpo.

 

Quiero recuperar algo de lo que quiero dar cuenta y me pides directamente. Pues ante las afirmaciones de mi ultima carta de finales de Enero,   y ante la directa relación que allí te proponía para explicar mi lectura de Vallejo, mencionaba mi libro,  no por casualidad titulado El Alimento No Humano, escrito en New York, como bien sabes, durante más de una década; objeto recurrente de conversación y de nuestro beber juntos… Razonablemente, casi por hartazgo supongo, me pides no ya otra especulación de las mías, sino un ejemplo concreto de esa relación, coincidencia a la que hemos llegado por distintos caminos a la concepción en un primer estadio de ese pan esencial que comunica la familia. El Salmo 23 de Trilce radica líricamente (y esto lo convierte en elegía) en que Vallejo no se resigna existencialmente a perder derecho sobre ese don original, y más aún, no quiere permitir, y no se explica la imposición de un precio de alquiler al mundo dejado por la Madre. NO entiende un gravamen sobre ese bien de naturaleza inmanente, sacralmente gratuito, que es el mundo heredado de los padres pero que es sobre todo ese misterioso “pan interminable” o esas “yemas” recibidas del horno/ tahona central materna. Por ellas me preguntas, nada menos. La cuestión es difícil, y te agradezco que me fuerces a explicitar en la medida en que pueda–lo que ayudará para publicarlo más ordenadamente en un futuro. Pero por ir al ejemplo concreto dentro de mi trabajo, entre los muchos que podría poner — tomaré el guante, e iré a buscarlo incluso más atrás, hasta el último libro que escribí en España antes de mudarme a New York en 1998. Hay una estrofa, la tercera del poema Seis Momentos de un libro que conoces bien, que en este contexto toma nueva luz. 

 

              Existe el sueño con un imposible pan

               Caliente — un hijo del cielo

              Que venza

               Colaborando con las ramas podridas de la tierra —

              Que lo elevarán, volando con él —

              Las astillas disueltas cosiendo una ropa

              Para un cuerpo sin muerte.

 

 No te engañe el uso de la palabra sueño, espero que seamos capaces de reconocer, e incluso canalizar, esa huidiza sustancia nutricia que quiero convocar y hacer visible con estas palabras, y que por ello sea algo más que una ensoñación; porque si no fuera capaz de caracterizarlo, lo que sí puedo decir es que no se reduce a un espejismo, una imaginación, o fancy (en la fértil distinción de Coleridge), pues considero que ese Alimento/Pan es parte sustancial de nuestro acceso al mundo de las imágenes mismas; pero sobre toda condición a los lenguajes, no sólo lingüísticos, que como vivientes y como humanos nos permiten reconocer quien es nuestra familia. En otra palabras: el Alimento del que hablo y que asimilamos es aquello nos permite saber quién es nuestra verdadera familia y donde esta lo que constituye su hogar (no exagero al afirmar que para mí, para contestarte con propiedad y con el respeto que me mereces, esto alberga la clave central  no solo de este poema XXIII cumbre, sino de todo Vallejo y su proyecto para el ser humano, lo que hace de su poesía algo universal y por siempre necesaria; la posibilidad de un Nuevo Hombre — a pesar de la amplitud de ese su dolor no solo suyo, y a pesar de su inanición y de muy complejas orfandadelas cuales además exceden y acaso preceden la pérdidas de madre, padre o hermano )  aquí extiendo conscientemente la familia más allá de los vínculos de sangre.

 

Ahora me despido, ciertamente exhausto. No se le ocultará a tu inteligencia que he intentado en el fondo comprobar experimentalmente si ese alimento o brisa que une y separa las familias y que a cada una la asienta en su propio valle, si en este caso, pudiera ceder un valle para nuestra amistad.   He dejado muchos de los miles de PANES que ocurren en Vallejo, el poeta“ con un pan en la mano”, sin nombrar, y así debe ser, pues en sus palabras: “ese cristal es pan no venido todavía” que será “SORBIDO/ en bruto por boca venidera/ sin dientes. No desdentada” de un ser nuevo, esta vez no huérfano. Vallejo que “ ponía / sobre un pequeño libro un pan tremendo”, acaso separando definitivamente palabra de Palabra. 

Termino con la traducción improvisada de unos grandes versos de Reznikoff, precedidos por el tratado Aboth, que también tiene sus alimentos, acaso más propicios para nuestro caso.

 

                              Salmón y vino tinto

                              Y un pastel relleno de pasas y nueces:

                              No es dieta para un escritor de versos

                              Que debe aprender a ayunar

                              Y beber agua con mesura.

                               

                               Aquellos de nosotros sin casa ni terreno

                               Que partimos mañana

                               Debemos  andar ligeros de equipaje:      

 

 Un abrazo fraterno, Antolín