[Manuel García Cartagena (Santo Domingo) ]
XXVIII
He almorzado solo ahora, y no he tenido
madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua,
ni padre que, en el facundo ofertorio
de los choclos, pregunte para su tardanza
de imagen, por los broches mayores del sonido.
Cómo iba yo a almorzar. Cómo me iba a servir
de tales platos distantes esas cosas,
cuando habráse quebrado el propio hogar,
cuando no asoma ni madre a los labios.
Cómo iba yo a almorzar nonada.
A la mesa de un buen amigo he almorzado
Con su padre recién llegado al mundo,
con sus canas tías que hablan
en tordillo retinte de porcelana,
bisbiseado por todos sus viudos alvéolos;
y con cubiertos francos de alegres tiroriros,
porque estánse en su casa. Así, ¡qué gracia!
Y me han dolido los cuchillos
De esta mesa en todo el paladar.
El yantar de estas mesas así, en que se prueba
amor ajeno en vez del propio amor,
torna tierra el bocado que no brinda la MADRE,
hace golpe la dura deglución; el dulce,
hiel; aceite funéreo, el café.
Cuando ya se ha quebrado el propio hogar,
y el sírvete materno no sale de la
tumba,
la cocina a oscuras, la miseria de amor.
César Vallejo
IIIVXX
De aquella época solo conservo
una madre y un padre pequeñitos y planos,
una foto dos por dos de cariño fiero.
A tazón alzado, como en la misa de la mesa, ondea la bandera de frijoles, arroz y carne,
y un café lento, como el recuerdo,
de vez en cuando se cuela entre los días.
No habrá nunca mejor escuela
que aquella mesa de la que un día me ausenté.
A ese yo que ya no está allí,
a ese que un día se fue y que aún no regresa,
ahora que la mesa se quedó sin geografía,
qué manera de madre le va a decir de nuevo sírvete;
con qué boca comería solo un chin
de aquel hogar que ya no está.
Alguien borró mi cara de todas las fotografías
en las que aparece Dios a la hora del sacrificio,
y ahora es esa ausencia mi único don:
soy yo quien falta
y es mi propia falta la que me hace,
pero mi madre aun me espera
y los días me desllegan.
Desde esa mesa, mi padre me dibuja imágenes de un tiempo en que era bello vivir.
Levito en el sopor de aquellos mediodías:
una escoba de suspiros barre los montones
de mi propia ausencia acumulada,
mientras mi padre borda el aire con un hilo
de palabras.
Si no me hubiera ido, estaría ahora sentado
en esos recuerdos que nunca tuve.
Ahora que ya no tengo madre, ni padre,
ni recuerdos, ni mesa,
soy mi propio almuerzo
y me lo como.
G.C. Manuel